Esta entrada no habla de Educación, ni de Tecnología Educativa. Así que si no quieres, no sigas leyendo. No me lo puedo callar.
Soy colombiana. Nací en Bogotá. Soy la hija única de un padre comerciante y una madre ama de casa, de una familia con bisabuelos de estrato 0 (de regiones remotas del interior del país) que estudió semestres de música en la Universidad más prestigiosa y más cara del país. Eso significa que he visto y tengo fuertes lazos –y cariño- con casi todas las capas sociales del país… y he vivido mucho campo y mucha ciudad.
Soy la única de mi familia que vive aquí (todas las demás -si, somos mayoría de mujeres… los hombres no duraron- se quedaron allí), y hay menos gente en mi familia que haya muerto de muerte natural que por causas violentas… ¿razón? La violencia de Colombia ¿de qué grupo eran? De todos los grupos, de cada uno de ellos en diferentes momentos y medidas (la poli no ha dicho nada, todos sabemos quién fue en cada caso)… A mi familia la mató una sociedad, una forma de vida, una forma de entender la vida y la muerte fruto de décadas de guerra civil… porque una guerra entre paisanos es una guerra civil, y cuando dura más de lo que una guerra de las que tienen ese título en los libros de historia y se perpetúa, se convierte en una forma de sociedad.
No conozco ninguna generación viva en Colombia (en mi familia no hay nadie) que conozca o tenga un recuerdo nítido de lo que significa vivir en paz. Llevan (llevamos) más de 60 años matándonos.
No tengo visión política, ni mucha perspectiva, pero creo que el presidente Santos hizo una apuesta, supo darse cuenta de que esta guerra no se puede ganar (cada muerto es perder, cada exiliado es perder, cada desplazado es perder…)… así que decidió empezar a acabarla, pero además decidió (soy consciente de que no es ÉL solo) que esa apuesta debía ser una apuesta de todos los colombianos, que tenían que responsabilizarse de una cosa TAN gorda.
El tratado de paz con las FARC era una apuesta ambiciosa; era aceptar que no han perdido, que no podemos –ni pueden- ganar, pero que aún estamos a tiempo de dejar de perder… todos. NO era la paz, pero era un paso inédito hacia ella. Y eso implicaba dinero, inversión, cesiones, reintegración de terroristas, muchas cosas… cosas que iban a exigir a los colombianos –sobretodo a los que viven en Colombia- sacrificios grandes y difíciles, y, lo más difícil, solo manifestarían sus “bondades” en un largo plazo que a lo mejor no verían… o porque ya son mayores, o porque tienen que ver con las futuras generaciones, o porque antes les mataría el hambre, la delincuencia común o alguno de los otros grupos titulares de esa guerra. Además implicaba un paso… habría que seguir haciendo más pasos, con más sacrificios, más gasto y más incertidumbre…
¿Lo veis? El argumento para el #Sí era una única palabra, es una sílaba, es una idea… y encima una idea que nadie ha tocado, ni conoce sus ventajas, … PAZ… que si no sabes lo que es, suena casi frívolo. Sin embargo el argumento para el #No está plagado de miedo, de oscuridad, de venganza disfrazada de justicia, de dinero que “no tenemos” para “gastar”… de inseguridad, de tristeza, de guerra… porque la guerra y la violencia se venden mejor, tienen más palabras, hacen más ruido…
Yo no vivo en Colombia, decidí no envejecer allí cuando tenía 5 años, aunque me fui definitivamente con 17. Sé que el precio del tratado era alto, y especialmente alto para los colombianos que viven allí y que están dispuestos a vivir y morir por el país, por eso no creo tener legitimidad para votar ese tratado. A mí solo me afecta en cosas que no me tocan la piel, solo las entrañas, pero sé que sin piel no hay entrañas, así que creo firmemente que eso lo debe decidir quien se deja la piel…
Y han decidido más de la mitad de los votantes, que no… y no puedo evitar volver a ver el abismo… y dejar de ver la leve lucecita al final del túnel que veía hace unos meses… Y ahora lloro por eso.
Lo siento Colombia. Lo siento de veras.